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Pastor David Jang – El poder de la colaboración

1. La diversidad de colaboradores de Pablo en Romanos 16 y la abundancia de la comunidad de la iglesia primitiva

Romanos 16, a primera vista, puede parecer un "apéndice" en el que Pablo simplemente envía saludos personales. Sin embargo, este capítulo no sólo es la conclusión de la gran epístola que es Romanos, sino también la revelación más dramática del aspecto de la comunidad de la iglesia primitiva. Si examinamos el pasaje con detalle, parecería que Pablo repite saludos a varias personas, pero en realidad, en este capítulo se revela de manera concreta la vasta y sólida red, y el espíritu de colaboración forjado en amor y entrega, que caracterizaba a la iglesia primitiva. Pablo nunca había visitado la comunidad de Roma, sin embargo sabía detalles de ellos y recordaba cada nombre sin olvidar a nadie, lo cual muestra que los cristianos primitivos daban testimonio y compartían el evangelio en una "verdadera red de relaciones vivas".

En este capítulo se mencionan directamente alrededor de treinta y cuatro nombres. Según diversos estudiosos, si contamos a personas cuyos nombres no se mencionan explícitamente, como la madre de Rufo (Ro 16:13), la hermana de Nereo (Ro 16:15), etc., se puede inferir que el número de creyentes de la iglesia de Roma que Pablo tenía en mente superaba las veintiocho personas. Vale la pena notar cómo, al analizar a estos individuos, vemos una diversidad de hombres y mujeres, judíos y gentiles, nobles o gente de la casa real e incluso esclavos, todos reunidos dentro de la misma comunidad de la iglesia. Precisamente esa diversidad y apertura, junto con su íntima comunión amorosa, constituía la fuente del poder de la iglesia primitiva y el canal por el cual el evangelio se extendía por toda la región del Mediterráneo.

La primera persona que Pablo menciona al inicio de la carta (Ro 16:1-2) es Febe (Phoebe), "diaconisa de la iglesia en Cencreas". Pablo la llama "nuestra hermana Febe" y la presenta como "defensora de muchos y de mí mismo" (16:2), lo cual sugiere que Febe brindó un gran apoyo económico o personal a Pablo. El hecho de que él la escogiera para llevar la carta hasta Roma demuestra que ella era de absoluta confianza y estaba dispuesta a servir con dedicación. Así, Pablo contaba con líderes y colaboradoras de ambos sexos para su labor misionera; además, mostraba un genuino respeto por todos ellos, valorando y afirmando su trabajo.

Otro caso sobresaliente es la pareja compuesta por Priscila y Aquila, a quien Pablo saluda en su epístola. Tal como se ve en Hechos 18 o en 1 Corintios 16, sus nombres aparecen con frecuencia en los escritos de Pablo, siendo notorio que el nombre de la esposa, Priscila (o Prisca), precede al del esposo, Aquila, lo que algunos interpretan como indicio de que su fe o influencia en la iglesia podía ser mayor. En cualquier caso, este matrimonio fue compañero de Pablo también en la labor de fabricación de tiendas y, además, arriesgó su vida para apoyarlo. Pablo dice de ellos: "Arriesgaron su vida por mí" (16:4). Asimismo, en su casa se reunía la iglesia (16:5), y sabemos por la Biblia que en cada lugar donde residían, establecían y cuidaban de nuevas comunidades. Esto nos muestra que la iglesia primitiva se expandió no a través de grandes edificios o sistemas organizados, sino a través de "personas llenas de amor y fe".

Epeneto (16:5) aparece referido como el "primer convertido en Asia" que Pablo amó entrañablemente, aludiendo a la primera persona que creyó cuando el apóstol predicó en la región de Asia Menor (en la Turquía actual). La expresión "primer fruto" revela el afecto y el recuerdo especial que Pablo tenía de él. Aunque no sepamos exactamente cuándo ni cómo terminó en Roma, el hecho de que Pablo siguiera recordándolo y lo llamara "mi amado" muestra su profundo cariño.

Asimismo, se alude con frecuencia a mujeres creyentes como María (16:6), Andrónico y Junia (16:7), Trifena y Trifosa (16:12), y Pérsida (16:12). Especial atención se ha prestado a Junia (16:7), pues existe una discusión histórica acerca de si fue una "apóstol" mujer o si se trataba de un hombre. No obstante, la mayoría de posturas tradicionales apuntan a que era mujer. Pablo se refiere a ellos diciendo que "son muy estimados entre los apóstoles", lo cual evidencia que, a pesar de las limitaciones de la época, las mujeres participaban activa y reconocidamente en la iglesia y en la obra misionera.

Por otro lado, en Romanos 16 se citan nombres que se presume pertenecían a esclavos. Por ejemplo, "Ampliato" (16:8) o "Urbarno" (16:9) eran nombres comunes entre los esclavos de la época del Imperio romano. Pablo los llama "mi amado Ampliato" o "nuestro colaborador Urbano", lo que demuestra que en la comunidad eclesial no existía discriminación por estatus o posición social, sino que todos se veían como hermanos y hermanas. Este es precisamente el poder del evangelio que rompió todas las barreras mediante Jesucristo. En la iglesia primitiva se reunían tanto nobles y cortesanos como esclavos y mujeres, judíos y gentiles, todos unidos en comunión por el evangelio.

Pablo menciona a cada uno por su nombre, recordando el rol fundamental que cada persona desempeñó en su ministerio y en la obra del evangelio. Incluso habla de algunos como "mis parientes" (p.ej. 16:7, 16:11, 16:21), lo cual indica que Pablo también evangelizó a su propia familia y que algunos de sus parientes se convirtieron en sus colaboradores, esparciéndose luego por las diferentes iglesias. Así se ve cómo el proceso de expansión del evangelio se enlazaba íntimamente con la vida cotidiana.

En Hechos 28 se narra que, cuando Pablo fue conducido como prisionero a Roma, los creyentes de Roma salieron a encontrarlo hasta Tres Tabernas y Forum Appii (Hech 28:15). Al verlos, Pablo "dio gracias a Dios y cobró ánimo". Allí nuevamente apreciamos la característica de la iglesia primitiva: en cada territorio, incluso en tierras gentiles, allí donde Pablo había sembrado la semilla del evangelio, había hermanos dispuestos a apoyarse mutuamente, arriesgando sus propias vidas y fortaleciendo su unidad espiritual. Esa cercanía y amor comunitario fue la fuerza que permitió a Pablo y a muchos otros misioneros continuar con su ardua tarea hasta el final.

Que Romanos 16 esté repleto de nombres no es una casualidad; en sí mismo, es un mensaje. El evangelio no consiste únicamente en entendimientos intelectuales o debates doctrinales, sino que se encarna y se completa plenamente en una comunidad donde las personas se apoyan, se sirven y crecen juntas. Desde los primeros capítulos de Romanos, Pablo ha desarrollado en profundidad la enseñanza doctrinal (caps. 1-11), y a partir del capítulo 12 introduce exhortaciones prácticas. Por último, en el capítulo 16, muestra cómo el evangelio se hace realidad "en la relación con los demás, en el amor de la colaboración y en la unidad del Cuerpo".

El pastor David Jang ha afirmado sobre este punto: "El evangelio que Pablo anunciaba no era solo una teoría mental, sino algo realmente vivo. Y dentro de ese evangelio, el mayor poder consiste en la unidad de la comunidad, que sabe servir los unos a los otros en Cristo. Eso es lo que Pablo demostró en este capítulo". Como vemos en la historia de la iglesia, el Reino de Dios no se propaga solamente con palabras. Si todo se reduce a discurso, pero falta la relación real y el servicio de unos por otros, la iglesia se deteriora rápidamente. Sin embargo, cuando, como Pablo, uno ama con fervor y calidez humana, edificando a las personas y recordando cada nombre para compartir su alegría, entonces el evangelio cobra vida y se expande por todo lugar.

En la actualidad, las iglesias a menudo experimentan divisiones, heridas y problemas de incomunicación. En tal contexto, el "listado de nombres" de Romanos 16 y la vitalidad espiritual de la iglesia primitiva nos ofrecen una reflexión muy relevante. Independientemente de cuán incisivamente proclamemos la esencia del evangelio, si no hay amor mutuo, unidad ni disposición a sacrificarnos, nuestras palabras se quedarán en un mero eco vacío. El hecho de que Pablo mencione, elogie y salude a tantas personas por nombre indica que la verdadera iglesia solo surge cuando confirmamos que somos "un solo cuerpo", nos honramos mutuamente y celebramos unos a otros.

Por supuesto, en la iglesia también pueden surgir conflictos o personas problemáticas. Incluso Pablo sabía que donde se levantaba la iglesia, invariablemente ocurrían luchas espirituales, divisiones y roces. Por ello, en Romanos 16:17-18 advierte: "Os ruego, hermanos, que vigileis a los que causan divisiones y ponen obstáculos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido; apartaos de ellos". Estas personas "no sirven a Cristo nuestro Señor, sino a sus propios vientres". Esto indica que en la comunidad había quienes, si bien estaban dentro de la iglesia, en su corazón eran ajenos al espíritu del evangelio, movidos por su propio egoísmo y provocando divisiones. Para proteger a la iglesia de ellos, Pablo subraya la importancia de una comunidad que se conozca profundamente y comparta una comunión sincera. Si la congregación se limitaba a ofrecer un compañerismo superficial, halagos o falsas muestras de afecto, era obvio que estos grupos divisores terminarían haciéndose con el control de la comunidad.

Por eso Pablo insta: "Quiero que seáis sabios para el bien e ingenuos para el mal" (16:19). Es decir, que estemos muy despiertos y seamos proactivos en lo bueno, pero que nos mantengamos tan alejados del mal que ni siquiera tengamos experiencia con él. Esto deja claro que la iglesia primitiva no se enfocaba en un crecimiento meramente cuantitativo, sino en una profunda capacidad de discernimiento espiritual para no dejar entrar el mal y así mantener su unidad en lo bueno y en la verdad.

Pablo continúa declarando: "Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies" (16:20). Aquellos que siembran conflictos y divisiones en la comunidad actúan en última instancia como instrumentos de Satanás. Sin embargo, Pablo confía en que Dios juzgará a tales individuos y protegerá a la iglesia. Nótese la expresión "Dios de paz". La paz (shalom) no es simplemente un estado de calma aparente, sino la plenitud y la seguridad total que proviene de la redención de Cristo. Pablo promete que esa paz guardará a la iglesia y, además, transmite su certeza de la soberanía divina sobre todas las circunstancias.

En los últimos versículos (16:21-23), desde Corinto, los colaboradores que se hallaban junto a Pablo también envían saludos a la iglesia de Roma. Allí vemos a "mi colaborador Timoteo" y a sus parientes Lucio, Jasón y Sosípater, entre otros. Timoteo, descrito en Filipenses 2 como el "hijo espiritual" de Pablo, conocía íntimamente las necesidades de Pablo y podía representar sus sentimientos. Jasón (Hch 17) fue apresado en Tesalónica por hospedar a Pablo, y Sosípater (Sópater) era de Berea (Hch 20), donde se unió al equipo misionero de Pablo. Una vez más observamos cómo la iglesia primitiva entrelazaba personas, lugares y acontecimientos en el fluir del evangelio.

Resulta llamativo el pasaje en el que dice: "Yo, Tercio, que escribo esta carta, os saludo en el Señor" (16:22). Como era costumbre, Pablo solía dictar sus cartas a otra persona que las redactaba. En el caso de Romanos, Tercio (Tertius) fue el amanuense, y en la parte final incluye su propio saludo, evidenciando la cercanía y el orgullo de haber contribuido a la epístola. Esto nos recuerda nuevamente que el ministerio de Pablo nunca fue en solitario.

El texto concluye mencionando a "Gayo", "Erasto, tesorero de la ciudad" y "el hermano Cuarto" (16:23). Gayo fue un creyente de Corinto a quien Pablo mismo bautizó (1 Co 1:14), y Erasto (Erastus) probablemente trabajaba como funcionario en la ciudad de Corinto. Que un administrador público estuviera involucrado en la iglesia pone de relieve la diversa gama de miembros que tenía la iglesia primitiva, donde el evangelio se manifestaba como "poder de Dios" que derribaba barreras de estatus.

Así, la parte final de Romanos 16 ofrece un testimonio contundente sobre la "importancia de la comunidad", incluso más elocuente que cualquier explicación doctrinal. El evangelio transforma a las personas y las une en amor, forjando vínculos de servicio mutuo. El hecho de que Pablo conociera el nombre de cada persona y lo mencionara no es algo trivial, sino el gesto que revela su interés: "Te tengo presente, somos hermanos en el Señor". En la iglesia, el nombre de cada creyente nunca debería pasar desapercibido, pues significa "te reconozco" y "somos parte de la misma familia en Cristo".

Debemos examinar si hoy realmente estamos prestando esta misma atención espiritual a quienes nos rodean, si en la iglesia no habrá gente marginada cuyos nombres nadie conoce, o si no estaremos conviviendo con personas que generan divisiones y heridas. La "profunda comunión y fuerza de la colaboración" que floreció en la iglesia primitiva descrita en Romanos 16 es algo que la iglesia moderna necesita recuperar urgentemente. La esencia de la iglesia, de acuerdo con Pablo, es que "somos un solo cuerpo en Cristo, cuidándonos y compartiendo tanto la alegría como el llanto".

 


2. El misterio y el poder del evangelio, y la sabiduría de Dios que fortalece a la comunidad

 

En la parte final de Romanos 16 (especialmente en los versículos 25-27), Pablo cierra esta gran epístola con una especie de doxología. Declara que este evangelio fue "mantenido en secreto durante siglos, pero ahora se ha manifestado" (16:25). Es decir, los designios de salvación, profetizados en el Antiguo Testamento, incluidos la Ley y los profetas, estuvieron ocultos hasta que se cumplieron en Cristo Jesús, en quien se reveló claramente el plan redentor de Dios para la humanidad.

Pablo añade que este evangelio "por mandato del Dios eterno, se ha dado a conocer mediante las Escrituras proféticas a todas las naciones para que obedezcan a la fe" (16:26). De esta forma subraya que el evangelio no es un invento de Pablo, sino el cumplimiento del mensaje profético que Dios había anunciado desde antiguo, con el propósito de que todos los pueblos crean y obedezcan. El término "todas las naciones" confirma que el evangelio no se limita a los judíos, sino que se dirige a todos los gentiles. Desde el comienzo de Romanos, Pablo ha insistido en que tanto judíos como gentiles pueden ser justificados por la fe, y en la parte final retoma esta idea fundamental.

Si en la primera mitad de Romanos se expone largamente la doctrina del evangelio (justificación por la fe, la comparación entre Adán y Cristo, el tema de la salvación de Israel, etc.), en el último capítulo se muestra cómo se materializa en la comunidad a través de relaciones reales y prácticas concretas. Finalmente, en 16:25-27, se recalca de nuevo la fuente que hace posible todo esto: el "poder del evangelio". Pablo afirma: "Al que puede fortalecerlos conforme a mi evangelio" (16:25). Es el evangelio mismo el que permite a la iglesia mantenerse firme en medio de disensiones, tentaciones mundanas u otros desafíos. Conocer la doctrina o la teología es esencial, pero el fundamento que edifica y fortalece la iglesia es la Palabra de Dios, el evangelio.

"Al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén" (16:27). Este versículo es la conclusión y alabanza final que recorre todo el mensaje de Romanos. Dios, en su sabiduría, llevó a cabo el plan de salvación antiguo y eterno, cuya cúspide es la venida de Jesucristo, su cruz y su resurrección. Pablo resume aquí todo lo dicho en la epístola.

El pastor David Jang, reflexionando sobre este pasaje, comenta: "El apóstol Pablo no se limitó a enseñar un sistema doctrinal; él alabó cómo, en el soberano y sabio plan de Dios, la salvación se reveló en Jesucristo. Es un misterio y un poder que une a todas las naciones. Y esta alegría de la salvación se vivió en las relaciones concretas con sus colaboradores. La alabanza final en Romanos 16 es la cumbre de esa emoción". La vida de Pablo estuvo llena de dificultades: persecución, prisiones, traiciones y penurias, pero nunca perdió el gozo que produce el descubrimiento del misterio del evangelio. Además, confiaba en que el evangelio no sólo salva a individuos de forma aislada, sino que fortalece a la iglesia y hace que la comunidad de creyentes rinda gloria a Dios. Gracias a esa convicción, Pablo cierra la carta con una majestuosa doxología.

Reflexionar sobre el final de Romanos 16 nos lleva a preguntarnos: "¿De qué modo se aplica el plan redentor de Dios a nuestra vida cotidiana?" Sin el evangelio, la iglesia no puede sostenerse por sus propias fuerzas, ni lograr que su diversidad de personas confluyan en unidad. El evangelio es el único poder capaz de transformar el corazón humano, marcado por el pecado y el egocentrismo. Por eso Pablo les dice a los romanos: "Este evangelio os dará firmeza", y anhela que todas las naciones oigan y obedezcan.

El secreto que aquí se nos revela define cómo miramos a los demás y cómo edificamos la comunidad. No se fundamenta en la sabiduría o en el poder terrenal, sino en la fuerza de la cruz y la gloria de la resurrección. Así, descubrimos y nos sometemos a la voluntad de Dios. De este modo, al igual que la lista de nombres relucientes en Romanos 16, en nuestras iglesias y comunidades cada uno de nosotros puede convertirse en un precioso "colaborador del Señor".

Desde el saludo inicial (1:1-7), se ve que la iglesia de Roma no fue establecida personalmente por Pablo, y aún así él no hace alarde de su autoridad apostólica, sino que se presenta como hermano y colaborador en el evangelio. Consciente de su llamado a ser "apóstol de los gentiles", desea fervientemente que la iglesia de Roma crezca y se consolide, y lo demuestra dedicándole una enseñanza doctrinal exhaustiva y, al final, un conmovedor "saludo a cada persona por nombre". Al examinar el proceder de Pablo, constatamos la íntima conexión entre el corazón del evangelio y la práctica del amor.

En la actualidad, disponemos de redes sociales y múltiples medios virtuales que nos permiten enviar mensajes de manera casi instantánea, pero a la vez se ha incrementado la superficialidad de muchas relaciones, diluyéndose el compañerismo auténtico. Al recordar los nombres que desfilan en Romanos 16, debemos preguntarnos: "¿Quiénes son mis verdaderos 'colaboradores en el Señor'? ¿Estoy recordando y atendiendo de corazón a las personas que me rodean?" Asimismo, en la vida de iglesia, el mandato de "saludarnos mutuamente" no es un mero formalismo. Pablo dice: "Saludaos los unos a los otros con ósculo santo" (16:16). Aunque hoy no sea tan sencillo aplicarlo literalmente, el mensaje es que debemos recibir y tratar al otro con auténtico afecto, honor y hospitalidad, como si fuera parte de nuestra familia.

Romanos 16 nos comunica con claridad los siguientes puntos:

  1. La verdadera iglesia formada por el evangelio reúne a hombres y mujeres, esclavos y nobles, judíos y gentiles, haciendo a un lado toda barrera.
  2. Tal iglesia, como describe Pablo, crece cuando sus miembros se interesan y llaman a cada uno por su nombre, compartiendo penas y alegrías y edificándose mutuamente.
  3. Es imprescindible mantenernos alerta ante quienes promueven divisiones o debilitan la fe de los demás, cultivando la sabiduría en el bien y la inocencia frente al mal.
  4. Es el evangelio el que, en última instancia, fortalece a la iglesia. Se trata del "misterio revelado" que proviene del plan eterno de Dios y se cumplió en Cristo Jesús.
  5. Dado que este evangelio nos llena de gracia y poder, estamos llamados a formar una comunidad de adoración que dé gloria a Dios.

El pastor David Jang, en varios mensajes sobre Romanos 16, ha resaltado: "El hecho de que se mencione uno a uno los nombres en la comunidad de la iglesia primitiva no se debe simplemente a la personalidad sociable de Pablo, sino a que la comunidad nacida del evangelio está caracterizada por fuertes lazos de amor y servicio. La iglesia se compone de personas, y esas personas son hijos de Dios, renacidos por la cruz y la resurrección de Cristo. Cuando conocemos el nombre de nuestro prójimo, podemos llevar sus cargas y orar unos por otros. En Cristo, la iglesia es una familia y un equipo de colaboradores. Desde este enfoque, Romanos 16 es tan valioso como los Evangelios o el libro de Hechos, pues muestra el rostro real de la iglesia".

Aplicado a nuestros días, vemos que muchos grupos eclesiales están subdivididos en numerosos ministerios o grupos pequeños, pero resulta común que no lleguemos a conocer bien a los demás integrantes, e incluso nos resulten extraños o nos limitemos a saludarlos superficialmente. No debemos permitir que esto siga ocurriendo. Los pastores, ancianos, maestros y demás líderes deben ser los primeros en interesarse genuinamente por la vida de los miembros de la comunidad, recordando sus nombres y estando atentos a sus necesidades. Si la iglesia se reduce a un "lugar donde cada quien llega para participar de un acto religioso y luego se va", no experimentará la vitalidad que refleja Romanos 16.

Además, para combatir la tendencia a la masificación e impersonalidad de la iglesia moderna, podemos inspirarnos en el "modelo de la iglesia en las casas" de la era apostólica, donde la fe y la vida diaria se interrelacionaban estrechamente. Tal como Priscila y Aquila abrían su hogar allá donde iban, compartiendo el evangelio con los creyentes, nosotros también debemos "abrir" nuestra vida. Aunque los tiempos y la cultura hayan cambiado, es necesario crear espacios donde podamos orar juntos y compartir nuestras experiencias cotidianas, transformando la iglesia en algo más que un mero "centro de eventos religiosos", sino en una verdadera "familia espiritual".

Por otro lado, recordemos el texto "para que todas las naciones obedezcan a la fe" (16:26). Esto nos muestra la inseparable relación entre el sentido de comunidad y la misión. La iglesia primitiva extendió el evangelio por toda la cuenca del Mediterráneo, llegando incluso a Roma, cuna del paganismo, gracias al fervor misionero de Pablo y de muchos otros colaboradores que se sostenían mutuamente en oración y ayuda material. Esa dinámica de saludos y apoyo espiritual multiplicó la fuerza de la misión. Si la iglesia se encierra en sí misma y deja de reflejar el corazón de Dios por el mundo, no cumplirá su verdadera razón de ser. Por ello, el pastor David Jang suele recalcar: "La iglesia no está hecha para cerrarse, sino para estar abierta al mundo como una comunidad de vida".

Romanos 16 concluye mostrando que "dar gloria a Dios" es el fin último de la iglesia, y esa gloria se halla en el misterio del evangelio de Jesucristo. Los que viven aferrados al evangelio jamás olvidan el nombre de sus hermanos y confían en la obra del Espíritu que une elementos diversos en la iglesia, siendo sabios en el bien y reacios al mal. De esta manera, se cumple el sueño misionero de que "todas las naciones oigan el evangelio y sean salvas". Y, tras las profundas enseñanzas de Romanos y los argumentos desarrollados por Pablo, este capítulo 16, con su mensaje de comunión abundante, representa un gran desafío para la iglesia actual.

Si nuestra fe se limita a la salvación individual ("ya estoy salvado, así que es suficiente") y no trascendemos hacia una vivencia plena en la comunidad y en la vida cotidiana, nos perderemos la extensa red de evangelio y comunión que Pablo muestra. Pese a sus problemas de salud (p.ej. dolores oculares) y sus repetidos encarcelamientos, Pablo siguió adelante gracias a la existencia de multitud de colaboradores y a la llama de un amor sincero y servicial. El hecho de incluir tantos nombres evidencia la presencia real del evangelio.

Por desgracia, hoy en muchos lugares llamados "iglesia", la gente apenas se conoce y actúa como "asistentes individuales a un servicio religioso". Pero la verdadera iglesia debe parecerse más a la escena de Romanos 16, en la que el pueblo de Dios se ama, se sirve y anuncia la señoría de Cristo en todas las esferas de la vida. Solo entonces la promesa de Romanos 16:20 ("El Dios de paz aplastará pronto a Satanás bajo vuestros pies") se hará efectiva. En medio de los conflictos que puedan surgir, la victoria final pertenece a Dios, y nuestra parte consiste en no abandonar la pasión por el bien ni el amor.

Cuando la comunidad vive unida en el evangelio, experimentamos la misma fuerza que permitió que las buenas nuevas se difundieran desde Corinto, éfeso, Filipos, Jerusalén y Roma a todos los confines de la tierra. El extenso contenido doctrinal de Romanos halla en el capítulo 16 su concreción en un mensaje de comunión. Es una invitación clara a la iglesia de hoy.

No podemos quedarnos encerrados en una fe individualista que diga: "Tengo mi salvación y es suficiente". Pablo nos mostró que la fe se encarna en la vida y se difunde a la comunidad. él prosiguió pese a su debilidad, sostenido por un gran número de colaboradores y amistades sinceras. Precisamente, la gran cantidad de nombres que menciona es la prueba de que el evangelio está vivo.

En nuestro tiempo, muchas veces la iglesia se reduce a un espacio donde apenas se conoce la gente. Sin embargo, Romanos 16 pinta una comunidad que se reconoce mutuamente, se ama y se entrega al servicio, proclamando a Cristo como Señor en todos los ámbitos. Solo una comunidad así podrá llevar el "misterio del evangelio revelado" (16:26) a otras regiones y otras épocas.

La conclusión fundamental de Romanos 16 es la siguiente: El evangelio se perfecciona en las relaciones personales vivas. Este evangelio fortalece a la iglesia (16:25), y a su vez la iglesia glorifica a Dios (16:27), ejerciendo un influjo de bien en el mundo. "El Dios de paz aplastará pronto a Satanás bajo vuestros pies" (16:20) declara la victoria definitiva, instruyéndonos a no desfallecer en la búsqueda del bien y del amor. Cuando vivimos como una sola familia en Cristo, esa fuerza se multiplica y llega sin límites geográficos o culturales.

De ese modo, cada uno de los nombres citados por Pablo -Febe, Priscila y Aquila, Epeneto, María, Andrónico y Junia, Trifena y Trifosa, Pérsida, Rufo y su madre, los de la casa de Aristóbulo, Herodión, los de la familia de Narciso, Asíncrito, Flegonte, Hermes, Patrobas, Hermas, Filólogo y Julia, Nereo y su hermana, Olimpas, etc.- se convierte en testimonio de la "alegría y entrega de la colaboración" que también deberíamos reproducir hoy. Y lo mismo ocurre con Timoteo, Lucio, Jasón, Sosípater, Tercio, Gayo, Erasto y Cuarto, quienes en Corinto compartieron recursos y talentos, centrando todos sus esfuerzos en que el evangelio de Jesucristo se extendiera y la comunidad creciera. Esa es la aplicación más práctica que podemos extraer al estudiar Romanos 16.

Asimismo, el pastor David Jang y otros líderes contemporáneos se esfuerzan por reavivar estos principios y dinámicas de la iglesia primitiva. En momentos en que la iglesia enfrenta problemas y el mundo la mira con recelo, debemos volver la vista a la iglesia del primer siglo. No con simple nostalgia, sino para reproducir "una comunidad que llora con el que llora y se alegra con el que se alegra". Y esto no empieza con grandes proyectos, sino con gestos tan sencillos como saludar a los hermanos por su nombre, interesarnos por quienes sufren, atender a los recién llegados ofreciéndoles un lugar y una cálida bienvenida. Estos pequeños actos, sumados, constituyen la gran fuerza que refleje la iglesia primitiva y abren puertas al poder del evangelio en la vida diaria.

Romanos 16 no es un capítulo secundario dentro de Romanos. Más bien, es donde conocemos a fondo el amor que sentía Pablo por la comunidad y la profunda dimensión relacional que se inaugura en Cristo. Aunque algunos sean "anónimos" a nuestros ojos, en la historia de la salvación tienen un papel fundamental. Reyes, esclavos, mujeres y hombres de todo tipo se fusionan en el gran "red" del evangelio, y así se anuncia la victoria de Dios. De este modo, desembocamos en la doxología: "Y al que puede fortaleceros... sea la gloria por los siglos. Amén" (16:25-27). Que también nuestras iglesias y nuestras vidas vivan en esa alabanza constante, emulando la actitud de Pablo, que jamás descuidaba las relaciones personales y mencionaba por nombre a cada hermano. De esa forma, también nosotros seremos partícipes de la "gran visión de Dios" para "todas las naciones que crean y obedezcan", cooperando con él en el cumplimiento de sus planes. Amén.

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